martes, 30 de octubre de 2018

- LLoran


       Gélido, afligido y cabizbajo asoma al portalón un melancólico noviembre vestido de hojas caídas en la singladura del anuario que agoniza.
      En la ajada Tarifa, se traza un ríachuelo de incertidumbres vocacionales sobre el cual emerge un empedrado puente entre las orillas de la añoranza y la espera.

       Una consternada y dúctil serenata, de vieja arpa de aires y maduros mimbres, acaricia un atardecer con eternos desvelos de sueños que descansan hasta que un humilde pandero haga danzar a los luceros escondidos entre colinas de corchos y papel. Su estribillo es aliviado con recetas entre el dulce y el fruto seco, coloreado con flor sobre el mármol, y contrariado con brujas extranjeras. Pero aún, nos quedan los Santos.

       Asoma noviembre, y en el caballerizo contexto de las cofradías, María es ataviada de luto: de negro.
Hace ya varios otoños una joven Virgen trajo una tradición que proviene de las fronteras de una mariana Andalucía, que bebió en su extensión de una conocida Esperanza, y que inspiró a muchas otras advocaciones. Murió Joselito donde reposa la Giralda, y su fervor y devoción a los ojos de una Virgen hicieron que Ella se despidiera de él vestida de negro. Otras tierras.

       Desde entonces, son muchas las imágenes de vírgenes las que amanecen en el undécimo mes ataviadas con el sombrío y antónimo de los colores.
En nuestra ciudad acogimos la estética en función de otras, pero desde entonces, es uno más de los rituales. Y desde ahora, una sonata recorre los muros y bóvedas de un apenado San Mateo que quiere adueñarse del rito como suyo porque se le ha ido su “eterno” sacristán. Ya tienen las hermandades de Tarifa su propia historia para el pésame otoñal.

       ¡Ay Dolores!, Virgencita de los Dolores, ¡Que triste tienes tu primorosa cara por quien con sus manos y amor te compuso añejas poesías entre telas y alfileres; quién te quiso quitar puñales del corazón!
       ¡ Luz, María de las Luz! Lloran los nardos que seducen a septiembre. Llora tus rosarios sentados en una de las bancadas del templo.
Y si todo ello llora, también lo hacen las infancias de una larga lista de monaguillos agradecidos. Lloran los altares inventados y acariciados con ternura, las cajoneras de la sacristía, las sotanas y los enseres y campanas. Lloran las cantoneras del Consuelo y los ángeles huérfanos del Nazareno.

      Y si todo esto llora, lloran las Hermandades y los cofrades de nuestro pueblo, pues se ha ido el eterno Maestro.
       A las puertas de Noviembre hay una canción que atraviesa las vidrieras de la catedral del viento, y su letra dice que se ha ido su vecino eterno.
       La Virgen se viste de negro, nos dejó Chan Rondón , para vestir el cielo.


oH 2018 © Hermandad del Huerto. Tarifa