Andaba la Virgen del
Rosario dos días en clausura. Algo se tramaba, el altar del Huerto
quedaba como amplio refugio ”sólo” para el redentor de los
olivos, como hace años en una estampa que ya no podría convivir en
las siluetas hortelanas. Algo se tramaba. La Charito había
cogido la esquina de los Guzmanes en busca de un lugar para ella
familiar. Un retiro otoñal tras las marejadas estivales que a veces
apartan de la orilla. Como si se apropiase del nombre de Carmen, se
volvió marinera para buscar el ancla que nos deja ese navío donde,
al viento de estos mares, todos tienen cabida en un puerto llamado
Lunes Santo.
Eran las diez de la mañana de un miércoles, y las
avezadas puertas cerradas de la Caridad se desahogaban a la luz de la
vecina y añorada calle. Y mira por donde, allí andaba Ella. A los
pies del altar se manifestaba el perfil de un atónito e inmaculado
blanco, que sería motivo de mas de un comentario. Sencilla,
humilde, anfitriona, confidente, madrina y superiora. Y comadre del
lugar. Sabiendo donde está y por qué, cosa que a veces los demás
no llegamos a entender. Y bella, eternamente ya bella para aquellos
que la miran con algo mas que los ojos. Y protectora y protegida para
quienes la custodiaron por unos días entre largas horas de rezos. Y
ahí amigos, ya quedan justificados los días.
Nuestra Madre de Dios y de
Rosario apareció vestida de monja, algo tan insólito en estos
obtusos parajes que despertaron las bienvenidas y curiosas
contrariedades. Pero apareció así, rompiendo los perezosos muros
que esta imagen, esta sola advocación llegó a romper en sus
primeros años. Tan joven, tan referente.- Cuanto se te debe Rosario,
y aún no leemos tu historia-.
Pero al caso, apareció
tras dos días de silencio para devorar de belleza los corazones que
sí fueron a verla y a grabar a fuego su mirada en ese blanco que ya
es historia.- Vaya percha, vaya planta-.
Algo me da, que volverá.
Las mañanas de octubre
no serán lo mismo sin esta estampa para el recuerdo y mientras unas
pulseras solidarias aparecen en la capilla. La Virgen lo vio.
Gracias.
La Virgen tendrá que
volver. Hay razones. Hay quienes la esperan. Vaya chicotá que ha dado
el Rosario estos días. Vaya chicotá, sí. El mejor de los palios,
una capilla que tan bien sienta a la Virgen como Ésta a sus muros.
Una flor, una sola flor, blanca. Una inmejorable marcha, esa palabra
de agradecimiento de unos/as ancianos/as por acercarle a esta niña
tan guapa. Que sencilla su melodía, que inmejorable sensación. Los
que allí anduvieron en el besamanos lo saben. Ahí la Virgen nos
atrapó, nos dio toda una lección a los que nos creemos cofrades.
¿Para que se está aquí? Lo vimos. No todo es folclore. Vaya
chicotá. Y vaya levantá.
Ese Rosario que se elevó a
su ya nueva oficialidad tras la cruz de guía de un Ave María
desgarrador. Y es que la Virgen merece y necesita de ese Rosario. Y
nosotros/as. En estos días se ve donde está el ADN de esta
Cofradía; en esa constante búsqueda por los detalles, sabiendo
disfrutar de su camino y logros. Sin regocijarse, sin demorar otras
metas. Pero su Hermandad tiene trabajo. Siempre hay retos, como
ahondar en esa catequesis a jóvenes que no deja de ser la asignatura
pendiente para toda la iglesia.
Tres días anduvo la
Virgen siendo Luz de la Inmaculada. Tres días de vísperas que
desembocaron en la mañana de un sábado bautizado para su nombre. A
tempranas horas, mientras las misioneras se despedían en un
silencioso rezo, sus incondicionales sabían que era hora de regresar
a San Mateo. Acompañados de algunos cofrades, la Virgen contrastaba
en su cara la alegría de la mañana con el pozo de tristeza que
dejaba a su marcha. Tenía pena. El levante secaba sus lágrimas,
pero ella sabe que tenía que partir. Es el día del Rosario, y el
Señor de Getsemaní ya estaba con sus brazos abiertos para
protegerla en su onomástica. Bienvenida.
Descansó el templo mayor
a mediodía para volver a abrir en su horario de tarde. Y de nuevo
apareció, esta vez distinta, pero no menos bella. Más bien radiante
y señora, asombrando al que rendía visita pues su mano antecedía a
toda una poesía de sensibilidad y lirismo concentrado en su talla.
La virgen nos llenó de Paz. De rotunda Paz. Delicada, elegante,
guapa, eternamente guapa, la Virgen se abrigó de un manto mientras
la portadora de sus bordados observaba desde el altar del Nazareno.
Resumen: a la Virgen le
sienta todo bien. Todo lo que se haga con el sincero cariño y con la
alegría de quienes la custodian en sus sueños. La Virgen del
Huerto, volvió a sus andares a veces perdidos o desviados por el
cansancio del camino. Volvió a mirar a los demás y no a si mismo.
Lección mariana a sus cofrades, sobre todo en esa clausura
inmaculada que debiésemos entender como una maternal regañina de
quien es la autentica, junto con el de los olivos, capitanes de los
designios de una Hermandad. Y eso que nos llevamos, y disfrutamos.
Supongo que el Lunes
Santo, cuando el palio alcance la capilla, La Virgen del Rosario dirá "hasta pronto".
Antonio M. Valencia Díaz