martes, 29 de enero de 2019

- Se esperan precipitaciones en el Estrecho

     Ha sido cambiar el 8 por el 9 en la última casilla del año en el calendario, y todo se ha precipitado.

     Andaban los corrillos cofrades calmados más de la cuenta pues la próxima Semana Santa viene asentada a lomos de un maduro abril, y ello, desde la difusa lejanía, otorgaba un erróneo sosiego a unos menesteres acomodados en unas semanas de más. Extraña postura parece esta, pues nada mejor que disponer de unos cuantos amaneceres de más en el bolsillo para montar los andamios de una cuaresma que siempre necesita de previsión y diligencia.

     Ha sido aparecer un 9, y a orillas del atlántico podemos observar como el horizonte sentado en la tarde de las últimas olas deja que el violeta invite al azul para escalar dos minutos al día. Todo se ha precipitado, y la plata exige limpieza, la cera ser buscada, la naftalina apartada, la ropa esperada, y las parihuelas aireadas.

     Los boletines supuestamente andan en capilla con aromas de imprenta fresca en un febrero huérfano. Los talonarios de recibos estiran sus huesos saliendo del cajón de las necesidades. Y las prisas, que hace unas semanas andaban lejos, cogen carrerilla con ademanes de eterna pasajera de un mismo tren ¿Son necesarias? A veces parecen leales, pero, quien no tenga los deberes medio hechos a estas alturas donde pasado mañana pregona el azahar, arriesga una vez más estar bordeando innecesariamente el precipicio de las incertidumbres.

     Todo se ha precipitado cuando “Las Angustias”, con sus rodillas heridas en la amargura del invierno, despide enero desde el altar mayor, y seguidamente amontonamos especias y aromas a un incienso con naveta de espera, que entre culto y culto, desgrana el sendero de la liturgia. “El Huerto” en la continua esquina trae la canela, con ese efecto afrodisíaco que beneficia lo que se cocina tras un olivo. Los clavos, una Salud que expira sobre 75 puñales clavados en un mismo corazón. El Cautivo de la orden trinitaria pone la ciudad a los pies de una cuaresma castigada por la incoherencia carnal. El roble astillado del madero lo trae arrastrado por los siglos Jesús, el Nazareno. Y con cinco ramitas de vainilla consolamos la cuaresma más meridional en forma de quinario.

     Y ahora, a tachar casillas en el calendario, pues el reloj de arena se ha volcado hacia un domingo donde San Francisco custodia unas puertas abiertas a la calle que lejos ya no están.

     Casi todo se ha precipitado.  Casi toda Andalucía ha destapado el velo de su cartelería, y ha mostrado sus propuestas para endulzar los granos de arena por caer.

     Esperemos, aunque sea una ilusa cuestión, que entre nuestras murallas también se precipiten ideas para no tener que sentarse en mayo y reflexionar sobre las mismas deudas pendientes de siempre.

     Al menos, sabemos que en la esquina de Rico son previsores, y a la lista de la compra ya saben lo que han de sumar para que no nos falte ni la carne en tomate, ni un buen chiclana para brindar por los sueños que resucitan.


     Antonio M. Valencia