...A
nardos, septiembre huele a nardos; a su aroma perfumando los rojos y
azules de una Luz vestida desde los cielos y anclada a una calzada
exultante durante tres semanas.
A
nardos desatados sobre un libro de cubierta de plata que acoge unas
hojas escritas con la trinidad cantada desde unas espigas de trigo y
unas redes de mar bajo la marejada.
Pero
también huele al vino que riega el albero que sujeta la Tarifa más
blanca que perdura en un eterno pasodoble.
Al
aroma de los sentidos que nunca adormecen mientras las campanas del
templo colorean el alba.
Al
aroma del recuerdo familiar dibujado en un multitud de siluetas.
Al
olor a tomillo y romero que te sumerge en los recovecos del enjambre
más calizo tras la muralla.
Al
atardecer anaranjado que despide el verano entre aires hermanos de
una segunda primavera.
A
la nostalgia de un miércoles citado tras los días de la novena.
Al
aroma que rocía en una madrugada de aurora de despedida entre las
estrofas recitadas por grillos escondidos en la humedad de los
caminos.
Al
chiclana custodiado en un barril del bar de Rico, que espera macerar
con gratitud un par de codornices y pinchitos.
Al
olor del pan macho calentito de una mañana salada de claridad y
esperanza de los días.
Y
septiembre, huele al mejor exorno floral del Huerto de los abriles
penitentes. Y sin referirse ello a los lirios ni a las rosas, ni a
las calas, bouvardias u hortensias que bajo olivo y palio grosella
asoman los lunes más santos. Huele a dos flores tan delicadas como
perseverantes en su empeño de perfumar “nuestra Calzada”.
En
septiembre no huele a azahar, pero si a una orquídea y una gardenia
que asoman sus raíces en la puerta de San Mateo durante tres
semanas. Dos flores nacidas de la lealtad, la fe, la familia y la
amistad. Dos flores de GRACIAS para perfumar el calendario de la
Virgen cada año.
A Nina
y Carmen.