Gélido,
afligido y cabizbajo asoma al portalón un melancólico noviembre
vestido de hojas caídas en la singladura del anuario que agoniza.
En la
ajada Tarifa, se traza un ríachuelo de incertidumbres vocacionales
sobre el cual emerge un empedrado puente entre las orillas de la
añoranza y la espera.
Una
consternada y dúctil serenata, de vieja arpa de aires y maduros
mimbres, acaricia un atardecer con eternos desvelos de sueños que
descansan hasta que un humilde pandero haga danzar a los luceros
escondidos entre colinas de corchos y papel. Su estribillo es
aliviado con recetas entre el dulce y el fruto seco, coloreado con
flor sobre el mármol, y contrariado con brujas extranjeras. Pero
aún, nos quedan los Santos.
Asoma
noviembre, y en el caballerizo contexto de las cofradías, María es
ataviada de luto: de negro.
Hace
ya varios otoños una joven Virgen trajo una tradición que proviene
de las fronteras de una mariana Andalucía, que bebió en su
extensión de una conocida Esperanza, y que inspiró a muchas otras
advocaciones. Murió Joselito donde reposa la Giralda, y su fervor y
devoción a los ojos de una Virgen hicieron que Ella se despidiera de
él vestida de negro. Otras tierras.
Desde
entonces, son muchas las imágenes de vírgenes las que amanecen en
el undécimo mes ataviadas con el sombrío y antónimo de los
colores.
En
nuestra ciudad acogimos la estética en función de otras, pero desde
entonces, es uno más de los rituales. Y desde ahora, una sonata
recorre los muros y bóvedas de un apenado San Mateo que quiere
adueñarse del rito como suyo porque se le ha ido su “eterno”
sacristán. Ya tienen las hermandades de Tarifa su propia historia
para el pésame otoñal.
¡Ay
Dolores!, Virgencita de los Dolores, ¡Que triste tienes tu primorosa
cara por quien con sus manos y amor te compuso añejas poesías entre
telas y alfileres; quién te quiso quitar puñales del corazón!
¡
Luz, María de las Luz! Lloran los nardos que seducen a septiembre.
Llora tus rosarios sentados en una de las bancadas del templo.
Y si
todo ello llora, también lo hacen las infancias de una larga lista
de monaguillos agradecidos. Lloran los altares inventados y
acariciados con ternura, las cajoneras de la sacristía, las sotanas
y los enseres y campanas. Lloran las cantoneras del Consuelo y los
ángeles huérfanos del Nazareno.
Y si
todo esto llora, lloran las Hermandades y los cofrades de nuestro
pueblo, pues se ha ido el eterno Maestro.
A las
puertas de Noviembre hay una canción que atraviesa las vidrieras de
la catedral del viento, y su letra dice que se ha ido su vecino
eterno.
La
Virgen se viste de negro, nos dejó Chan Rondón , para vestir el
cielo.
![]() |
oH 2018 © Hermandad del Huerto. Tarifa |