Con
el sosiego del descanso y el vencimiento a la melancolía, las
miradas se empiezan a tornar al frente, dejando el pasado Lunes Santo
en ese cofre dorado de pretéritos que suena a canción de recuerdos
anclados casi a la romántica lejanía.
Y
así, se ven las cosas de otra manera, sin esa extraña sensación de
vacío catapultado por el ímpetu roto en la recogida de un tiempo, y
con la sonrisa del gozo atravesado en las letras de una retina que
esconde satisfecha.
Tras
un nuevo Retranqueo – exquisita poesía que enerva los sueños que
se dilatan en las vísperas- los pasos de la cofradía llenaron la
inmensa nave central de San Mateo. El Señor – que tanto gusta de
blanco- es el eterno faro de un lunes que huele a cofradía de barrio
que no existe, pero que en ello se convierte a la sombra de este día
y su olivo. Que añejos empiezan a ser estos lunes de visita matinal
al templo, de compadreo en Rico, y de tardes donde cada uno espera en
su propia capilla para conquistar la ciudad. Los mas viejos del lugar
saben donde empiezan las alforjas de la tarde. Los nuevos se
sorprenden, y empiezan a entender lo que les viene encima. Los ojos
ya brillan cumplida la sobremesa.
El
olivo crece sobre un monte, donde entre otras flores, no faltan sus
lirios morados y sus rosas rojas – un tono mas oscuras esta
edición-. Es uno de los sellos inconfundibles de este paso que
muestra su firmeza y personalidad año tras año, y que extrañamente
se ha convertido- arrastrando a toda la corporación- en una de las
estampas más clásicas de nuestra Semana Santa. Si en los años 90
y principios del milenio esta Hermandad rompió con todo, arrollando
ademanes, estilos y filosofías, la misma es todo un símbolo local
en mantener su impronta, su carácter y un inconfundible sello. Su
recorrido, su luz, su color, sus andares, su música, su ritmo, sus
criterios, su lunes; su intangible ventana en el calendario que no
deja a nadie indiferente pero que a nadie engaña. Nadie baja a ver
una procesión, se baja a ver el Huerto. Y esta aseveración encierra
muchos contenidos.
La
cofradía del primer día de la semana sigue bebiendo de sí misma.
El
paso de palio resguardaba notorias novedades. Manto nuevo,
candelabros de cola, y unas hechuras distintas en la imagen de la
Virgen que acapararon , y con razón, la alegría de verlo posado
bajo las cúpulas. El exorno muy comentado. Todo a su medida, sin que
nada le sobre. Que belleza.
Las
horas se amontonaron deprisa y jubilosamente en el reloj, y el sueño
despertó justo a la hora prometida en los papeles.
Ocho
campanadas y un espigado nazareno ordena a la cruz de guía
adueñarse de la calle. Y así fue. El cortejo morado y blanco
recupera su estampa de cada año, perdiéndose por Privilegios y
ganando adoquines. La instantánea lleva años repitiendo con tan
notable empaque que tiene merito en esta ciudad. Y tiene razones.
Tras
los tramos que anteceden al misterio, una algarabía de una veintena
de monaguillos/as, portando ramas de olivo abrazados por un rosario.
Han de empezar los veteranos de la corporación a comprender que su
apodo ya no les pertenece: los niños del Huerto.
Es
la hora en la que el sol muestra la luz más hermosa del día,
desgastando sus severos amarillos, para esbozar sus naranjas fundidos
en la plata y encumbrar el nacimiento del malva apegado al olor del
azahar. Es la hora del Señor que refugia bajo su olivo a tanta
amplitud y diversidad. El cancel es la puerta abierta de un amigo, y
el rostro moreno aparece. Es su hora, su instante, su legado.
Suena
“El Silencio Blanco”, desde la primera de las notas, la jerezana
banda de la Caridad muestra su calidad ¡Como suena eso!. “Creo en
ti” para la revirá. ¡ como para no creer!
El
paso anda -exacto, anda- con algo de menos cambios que en últimas
ocasiones, pero más templado. A la media como ellos dicen. Les cupo
más en Rico, coquetearon con la esquina como nadie....y volvió a
templar de soberanas maneras, muestra de ello es el transitar del
árbol por Stma. Trinidad a los sones de “Medea”. En estos
parajes no debiera ser imitado su caminar, ni cabe, ni se entiende.
En Mª. Antonia Toledo desbordó lo que no se puede contener en tan
limitado escenario. Sacrificio máximo de la cuadrilla bajo el pesado
altar itinerante. Los engarces de las marchas en la recogida,
tremendos. El paso comulgó con las expectativas que siempre crea.
Ahí quedo eso.
Tras
el Cachorrito, su extendido cuerpo de capirotes morados...y el
palio. Resumo: elegancia, alegría, y ...aire. Algún día habría
que detenerse en este paso y en el trabajo silencioso y discreto de
esta obediente cuadrilla. Si “de sobre los pies” hemos de hablar
en esta esquina del sur, pocos describen ese estilo con tanta
consecuencia y solvencia como arrastra el palio grosella. Su
costalero es el aire. Su ritmo es el aire, lleva aire -Y aun muchos
no terminamos de entender-.
Elegantísimo
y escueto repertorio musical para acompañar al Rosario, y varias
chicotás a tambor, pues hay que ir de frente, y aliviar el
compás. Su carrera oficial a los sones tarifeños de la maravillosa
y difícil “saeta jerezana” con una candelería prendida y
llorando ante los ojos de una oscura y silenciosa calzada, de babero.
Su recogida sin revirar, como muchacha que vuelve a casa sin más, y
con música de Cebrián, aún resultando extraño para algunos, es
para no dejar de mirar.
Estuvo
la cofradía, durante su día, dando casi todo lo que tiene para la
ciudad. Otro año más dejó su corazón golpeando las murallas, y
rociado con la sal bajo las estrellas.
Otro
año más, ya a la media altura de abril, es la Hermandad la que
vuelve a bombear ese músculo de amor que se vaciará el próximo
año, justo un día como hoy, 15 de abril, corrigiendo detalles y
suspirando días en silencio, para soñar con descomponer los “casi”
y derramar el lunes infinito.
El
pasado Lunes Santo ya es pasado. Hace días que empezó a saber el
sol, que tiene una cita a las 20.00h. De una tarde donde reposará su
fuego para convertirse en hortelano de honor.
Mientras,
será la Hermandad, la luz de la Cofradía.
Antonio
M. Valencia Díaz