domingo, 15 de abril de 2018

- Si algo acaba, algo empieza


       Con el sosiego del descanso y el vencimiento a la melancolía, las miradas se empiezan a tornar al frente, dejando el pasado Lunes Santo en ese cofre dorado de pretéritos que suena a canción de recuerdos anclados casi a la romántica lejanía.
Y así, se ven las cosas de otra manera, sin esa extraña sensación de vacío catapultado por el ímpetu roto en la recogida de un tiempo, y con la sonrisa del gozo atravesado en las letras de una retina que esconde satisfecha.

       Tras un nuevo Retranqueo – exquisita poesía que enerva los sueños que se dilatan en las vísperas- los pasos de la cofradía llenaron la inmensa nave central de San Mateo. El Señor – que tanto gusta de blanco- es el eterno faro de un lunes que huele a cofradía de barrio que no existe, pero que en ello se convierte a la sombra de este día y su olivo. Que añejos empiezan a ser estos lunes de visita matinal al templo, de compadreo en Rico, y de tardes donde cada uno espera en su propia capilla para conquistar la ciudad. Los mas viejos del lugar saben donde empiezan las alforjas de la tarde. Los nuevos se sorprenden, y empiezan a entender lo que les viene encima. Los ojos ya brillan cumplida la sobremesa.

       El olivo crece sobre un monte, donde entre otras flores, no faltan sus lirios morados y sus rosas rojas – un tono mas oscuras esta edición-. Es uno de los sellos inconfundibles de este paso que muestra su firmeza y personalidad año tras año, y que extrañamente se ha convertido- arrastrando a toda la corporación- en una de las estampas más clásicas de nuestra Semana Santa. Si en los años 90 y principios del milenio esta Hermandad rompió con todo, arrollando ademanes, estilos y filosofías, la misma es todo un símbolo local en mantener su impronta, su carácter y un inconfundible sello. Su recorrido, su luz, su color, sus andares, su música, su ritmo, sus criterios, su lunes; su intangible ventana en el calendario que no deja a nadie indiferente pero que a nadie engaña. Nadie baja a ver una procesión, se baja a ver el Huerto. Y esta aseveración encierra muchos contenidos.
La cofradía del primer día de la semana sigue bebiendo de sí misma.

       El paso de palio resguardaba notorias novedades. Manto nuevo, candelabros de cola, y unas hechuras distintas en la imagen de la Virgen que acapararon , y con razón, la alegría de verlo posado bajo las cúpulas. El exorno muy comentado. Todo a su medida, sin que nada le sobre. Que belleza.

       Las horas se amontonaron deprisa y jubilosamente en el reloj, y el sueño despertó justo a la hora prometida en los papeles.
Ocho campanadas y un espigado nazareno ordena a la cruz de guía adueñarse de la calle. Y así fue. El cortejo morado y blanco recupera su estampa de cada año, perdiéndose por Privilegios y ganando adoquines. La instantánea lleva años repitiendo con tan notable empaque que tiene merito en esta ciudad. Y tiene razones.

       Tras los tramos que anteceden al misterio, una algarabía de una veintena de monaguillos/as, portando ramas de olivo abrazados por un rosario. Han de empezar los veteranos de la corporación a comprender que su apodo ya no les pertenece: los niños del Huerto.
       Es la hora en la que el sol muestra la luz más hermosa del día, desgastando sus severos amarillos, para esbozar sus naranjas fundidos en la plata y encumbrar el nacimiento del malva apegado al olor del azahar. Es la hora del Señor que refugia bajo su olivo a tanta amplitud y diversidad. El cancel es la puerta abierta de un amigo, y el rostro moreno aparece. Es su hora, su instante, su legado.

       Suena “El Silencio Blanco”, desde la primera de las notas, la jerezana banda de la Caridad muestra su calidad ¡Como suena eso!. “Creo en ti” para la revirá. ¡ como para no creer!

       El paso anda -exacto, anda- con algo de menos cambios que en últimas ocasiones, pero más templado. A la media como ellos dicen. Les cupo más en Rico, coquetearon con la esquina como nadie....y volvió a templar de soberanas maneras, muestra de ello es el transitar del árbol por Stma. Trinidad a los sones de “Medea”. En estos parajes no debiera ser imitado su caminar, ni cabe, ni se entiende. En Mª. Antonia Toledo desbordó lo que no se puede contener en tan limitado escenario. Sacrificio máximo de la cuadrilla bajo el pesado altar itinerante. Los engarces de las marchas en la recogida, tremendos. El paso comulgó con las expectativas que siempre crea. Ahí quedo eso.

      Tras el Cachorrito, su extendido cuerpo de capirotes morados...y el palio. Resumo: elegancia, alegría, y ...aire. Algún día habría que detenerse en este paso y en el trabajo silencioso y discreto de esta obediente cuadrilla. Si “de sobre los pies” hemos de hablar en esta esquina del sur, pocos describen ese estilo con tanta consecuencia y solvencia como arrastra el palio grosella. Su costalero es el aire. Su ritmo es el aire, lleva aire -Y aun muchos no terminamos de entender-.

       Elegantísimo y escueto repertorio musical para acompañar al Rosario, y varias chicotás a tambor, pues hay que ir de frente, y aliviar el compás. Su carrera oficial a los sones tarifeños de la maravillosa y difícil “saeta jerezana” con una candelería prendida y llorando ante los ojos de una oscura y silenciosa calzada, de babero. Su recogida sin revirar, como muchacha que vuelve a casa sin más, y con música de Cebrián, aún resultando extraño para algunos, es para no dejar de mirar.

      Estuvo la cofradía, durante su día, dando casi todo lo que tiene para la ciudad. Otro año más dejó su corazón golpeando las murallas, y rociado con la sal bajo las estrellas.
Otro año más, ya a la media altura de abril, es la Hermandad la que vuelve a bombear ese músculo de amor que se vaciará el próximo año, justo un día como hoy, 15 de abril, corrigiendo detalles y suspirando días en silencio, para soñar con descomponer los “casi” y derramar el lunes infinito.

      El pasado Lunes Santo ya es pasado. Hace días que empezó a saber el sol, que tiene una cita a las 20.00h. De una tarde donde reposará su fuego para convertirse en hortelano de honor.

      Mientras, será la Hermandad, la luz de la Cofradía.


      Antonio M. Valencia Díaz     

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