martes, 24 de marzo de 2020

Un beso y una flor ... Por Antonio M. Valencia Díaz


No se nos despoja de ella, pues la primavera siempre estará a la vuelta de la esquina. Esperándonos como siempre para florecer nuestras sonrisas, y compensar la espera como solo ella sabe hacerlo. Con sus azules escalando tardes, con sus rubescentes soles remando en la orilla plateada, con su murmullo callejero despertando bajo los geranios, con los patios abiertos, con la calzada perfumada, con su prosa emergente, con un beso bajo su almohada.

En estos días, esta página debería haberse llenado de noticias saboreando ese seductor camino que desemboca en el mejor de los lunes. Hablaríamos del reparto de hábitos y como una diminuta casa de hermandad se ancharía gustosamente con la estampa de un buen puñado de jóvenes dibujando esperanzas puntiagudas. Hablaríamos de un grupo de priostía brindando en la noche y levantando la cera de su temporal embalaje y así, componer un piropo con silueta de candelería. Hablaríamos de tediosas reuniones donde poner suelo a los caminos. Aprenderíamos el extraño nombre de esa nueva flor que cada año acompaña al lirio, y a la rosa que reposará en campo santo. Leeríamos el repertorio musical para acariciar las calles de una tarde mimada. Veríamos la parihuela -huérfana aun de majestad- trazando las noches sobre aquellos que valientemente calzan alpargatas. Y así, así, muchas otras cosas de las que poder hablar antes de que San Mateo cobijase nuestras vísperas  amadas.

Quizás la espera sea más larga, más lograda, más compensada. Pero todas y todos sabemos, que no hemos de llevarlo con disgusto, pues en nuestro horizonte sólo cabe ahora una motivación y además compartida con el resto de nuestros semejantes. Se lee en estos días – a saber la veracidad devorada por el éxtasis aglomerado de las redes- que el Vaticano podría plantear a las diócesis el realizar procesiones de la Semana Santa en septiembre. No nos dejemos llevar por cuestiones que en estos momentos carecen de importancia. Nuestra preocupación, y la de las hermandades, deben enfocarse no sólo en la ansiada escapatoria de esta pesadilla, sino en saber y aprender a volver a ponernos enpie. La Semana Santa tiene su momento, y si hay que volver a esperarlo, se esperará, pero no inventemos nada más allá de la sabiduría de los naranjos. Ellos sí que saben cuando su azahar llama a tu puerta, y entonces abrir los portones de la primavera. Septiembre, si se puede, para los nardos, entendiendo que las esencias, en gran número de ocasiones, las pinta la propia naturaleza. 

No hay procesiones, pero sí oportunidades para besar a los mayores y más necesitados. Nuestra chicotá no ha de quedar en hacer cadenas para salir del aburrimiento, en salir a aplaudir a un balcón a reconocer por el hecho de sentirnos mejor, no ha de quedar en colgar videos cofrades – de cofrades poco-  constantemente.Siempre con el reconocimiento a los sanitarios, a los agentes del orden, pero también a muchos otros que continúan exponiéndose diariamente en sus trabajosa los más pequeños, pues su entendimiento es menor que el nuestro ante tanta adversidad. Nuestro mayor pesar y aplauso debería estar en las personas tristemente fallecidas y sin las cercanas lágrimas de sus familiares. En éstos, pues su cicatriz es desgarradoramente honda. Y en los más vulnerables ante cualquier amenaza, ampliamente esperando en sus soledades infinitas. Si ahorramos en flores, que no sea para tener el bolsillo lleno para el año que viene, pues hay muchas flores que comprar, y éstas traen nombre de fe y caridad. Las hermandades no tendrán sus procesiones, pero sí trabajo por realizar, ysiempre con la esperanza que la primavera siempre aguarda tras la esquina.

Nuestro azahar ha de florecer este año con otro beso y otra flor.



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